Clara corrió a casa, empapada y temblando. «Mamá», dijo, «esa mujer... sabía cosas. Sabía lo de la marca detrás de mi oreja».
Elaine se quedó paralizada. Mark miró al suelo. Por primera vez, la casa parecía insoportablemente silenciosa.
Tras un largo momento, Elaine suspiró. «Clara, hay cosas que no te hemos contado. Te adoptamos cuando tenías dos años. La agencia dijo que tu madre... no estaba bien. Te dejó en una casa de acogida».
Clara sintió que se le escapaba el aire de los pulmones. "Así que es verdad. Esta mujer..."
—Está enferma —interrumpió Elaine rápidamente—. No puedes creer nada de lo que dice.
Pero la curiosidad carcomía a Clara. Al día siguiente, fue sola. La mujer, llamada Lydia, estaba sentada bajo el mismo árbol, abrazando al mismo oso. Cuando Clara se acercó, los ojos de Lydia se llenaron de lágrimas.
—Me dijeron que te habían secuestrado —dijo en voz baja—. Llevo años buscándote. No estaba loca, Clara; estaba sufriendo.
Le entregó una fotografía amarillenta. Una joven de ojos brillantes sostenía a un bebé envuelto en una manta amarilla, la misma que Clara aún guardaba en su habitación.
—Por favor —murmuró Lydia—. Solo escúchame.
Clara se reunió con Lydia en secreto durante las semanas siguientes. Cada una de las historias de Lydia correspondía a fragmentos de la infancia de Clara: la canción de cuna, la cicatriz en su rodilla, el apodo "Stella" al que nadie más sabía que había respondido.