Había una mujer loca que siempre le decía a Clara que ella era su verdadera madre cada vez que Clara y sus amigas llegaban de la escuela…
Todas las tardes, Clara y sus dos mejores amigas, Mia y Jordan, siempre tomaban la misma ruta a casa: bajando por Maple Street, pasando por la panadería, luego a través del viejo parque donde una mujer con ropa rota siempre se sentaba en el mismo banco.
La mayor parte del tiempo, la mujer murmuraba incoherencias mientras agarraba un osito de peluche desgastado. Pero un día, al pasar Clara, la mujer se levantó de un salto y gritó: "¡Clara! ¡Clara, soy yo! ¡Soy tu verdadera madre!".
Los niños se quedaron paralizados. Mia susurró: «Ignórenla», y se marcharon a toda prisa, riendo nerviosamente. Pero Clara no rió. Sintió una opresión en el pecho y, por alguna razón que no pudo explicar, la voz de la mujer se le quedó grabada en la mente.
Desde entonces, se volvió una rutina: todos los días, la misma escena. La mujer la llamaba por su nombre, a veces en voz baja, a veces gritando. Los profesores decían que solo era una mujer sin hogar del barrio con problemas de salud mental. Los padres adoptivos de Clara, Mark y Elaine Carter, le dijeron que se alejara de ella. "Es peligrosa, cariño", dijo Elaine, abrazándola. "No te acerques".
Pero por las noches, Clara no podía dejar de pensar en ello. ¿Cómo sabía esta mujer su nombre de pila? ¿Cómo sabía del pequeño lunar detrás de la oreja de Clara, del que nadie hablaba nunca?
Entonces, una tarde lluviosa, cuando a Clara se le cayó el cuaderno al cruzar el parque, la mujer se agachó para recogerlo. «Tienes los ojos de tu padre», susurró, entregándole el cuaderno. «Me dijeron que estabas muerta».