Una niña de 5 años con un fuerte dolor abdominal fue llevada al hospital y, durante el examen, su madre se sorprendió cuando el médico dijo de repente: "¡Tengo que llamar a la policía ahora mismo!"

El problema comenzó temprano un domingo por la mañana. La niña estaba jugando en el patio de recreo, deslizándose por un tobogán, riendo, pero en cuestión de segundos, todo su comportamiento cambió. Se quedó paralizada, agarrándose el estómago con ambas manos, con el rostro contorsionado por el dolor, y susurró en voz baja:
«Mamá, quiero ir a casa... Me siento mal».

“¿Serán los dulces?” preguntó su madre con cautela.

“No… no he comido nada… me duele mucho…”

La mujer se sentó a su lado, esperando que sólo fuera un calambre de estómago.

"¿Puedes enseñarme dónde te duele?"
La niña apretó los dientes y señaló su lado derecho. A su madre se le encogió el corazón; parecía apendicitis.

Sin perder tiempo, metió al niño en el coche, llamó a su marido, le dijo que los encontrara en el hospital inmediatamente y condujo a toda velocidad.

En el hospital, la niña fue llevada de urgencia a la sala de reconocimiento. Los médicos también sospecharon apendicitis. Pero minutos después, el cirujano entró, pálido y tenso, y miró fijamente a la madre con una mirada larga y profunda.

“Señora… no es apendicitis.”

El pecho de la madre se encogió. "¿Entonces qué pasa?"

Hay una sustancia tóxica en el organismo de su hija. Una sustancia química fuerte. No se debe a una intoxicación alimentaria ni a una enfermedad.

La habitación parecía girar.

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